MOSCAS EN LA COCINA
(I)
- Alvaro Ledesma -
Todos tenemos otro
que también somos.
Por eso es mejor
evitar los espejos.
Cruza la calzada una
mujer paseando a su perro de dos patas suspendiéndolo del rabo.
El alma es un simple
trozo de madera cilíndrica de aspecto inútil.
Hay silencios que se
esconden dentro de las cajas vacías.
Recordar es como
soñar, porque ni existe una cosa ni la otra.
Incluso cuando eres
una lata de aceite derramada llegas a saber que lo vertido es aquello que de la
imaginación sobraba.
Tan difícil es ser
fácil como fácil ser difícil, dijo la puta al cocinero mientras jugaban a las
cartas.
Cuando no salimos del
refugio, ya no es refugio.
El sentimiento de las
cafeteras es el mismo que el de los números y las letras.
Cruza un funámbulo el
océano entero sin saber nadar ni volar.
Y suspiraba ansiosa
la langosta, preguntándose a si misma, qué demonios hacía en el fondo de una
fregadera.
Da igual que les
falte la cabeza, el tronco o las extremidades. Los maniquíes saben que siempre
estarán locos.
Son a su vez
prisioneros los tornillos que alojados en el interior de una pieza condenan el
movimiento de otra.
Construyó un muelle
con tanta fuerza que lanzaba los payasos hasta donde duermen las ruedas de los
elefantes.
Llora un reloj sin
cigarro en el escalón de un portal. Todos me han engañado, solloza.
Lo inmenso es falso
en las montañas de calcetines. Dentro es ligera estructura de madera.
En la mano izquierda
una maleta. Hilo atado a un globo en la derecha. En lugar de cabeza, una jaula.
Las tres de la mañana
es la hora en la que todas las sillas con zapatos ríen la muerte de las mesas.
Si no se abre tal vez
prefiera estar cerrada.
En los hoteles
decadentes la mayoría de los interruptores acaban enamorados de los pomos de
las puertas.
Dos peluches con
sombrero yacían abrazados en el interior de un ascensor.
Con los ojos cerrados
sueñan la realidad los retrovisores de los coches.
Encontrarse el punto
de apertura justo entre chorro y goteo no es la única obsesión de los grifos
autistas.
Los pianos son
conscientes de la soledad que sienten.
Saltó al vacío un
ventilador desenchufado.
Una piedra, una
cuerda y una polea, eran suficientes para que la puerta se cerrara sola.
Las farolas se
sienten inútiles durante el día.
Se arrancó el
cargador y le prendió fuego.
De los rodamientos
quebrados se consiguen esferas preciosas.
Alrededor de los
árboles metálicos giran los amantes ridículos sin llegar jamás a rozarse.
En bucle muere
aplastada la ilusión del ingenuo.
No pisan el suelo los
niños de brazos infinitos.
Miles de llaves
flotando indecisas se detienen delante de una burbuja.
Qué terrible ser, el
incrédulo de sombra lánguida.
Qué terrible es,
cuando se extiende su atroz desidia.
Mira un pez las
huellas que dejan sus pies.
Envejece el
entusiasmo si desconfía su delirio.
Duelen más los
nervios que los huesos, dijo al volante el enfermo.
Con la mirada
inventan las manos tocar lo que no pueden.
No es cuestión de
tiempo que se convierta el perro en caballo.
Infecta de torpeza
duerme la pereza.
Cápsulas de cromo
atrapadas en una bolsa de red.
Noches desafortunadas
recorren túneles de almohadas tristes y sábanas arrugadas.
Comenzó a preocuparse
cuando por segunda vez bajó a la calle en zapatillas de casa sin darse cuenta.
Se fugaron juntas la
rata y la culebra.
Toros deformes posan
desnudos para un ciego escultor.
Cuellos estirados,
bocas abiertas y dientes prominentes.
Se desintegran las
gotas de agua sobre el hierro incandescente.
Dos coches se besan
en el rincón de un frontón.
Cuentan hasta diez y
vuelven a empezar.
Abrió la caja de las
ideas y empezó por una de ellas.
Treinta narices de payaso
clavadas en la pared.
No siempre es
oportuno visualizar antes de ver.
Regaba un aspersor
excitado la espalda de un ternero borracho.
Un espantapájaros
convaleciente aprendió a ser fluorescente.
Como los clavos se
sacan los hábitos.
Se ahorcó un zapato
con el cordón del otro.
A las cerillas
apagadas aún les queda un trozo de esperanza.
Los relojes de arena
son los únicos en dar sentido al tiempo.
Se sentían idiotas
los que tuvieron que aprender a ser felices.
Entre todas las
casualidades, algunas son escogidas.
Lo importante de las
paralelas es la distancia entre ellas.
No están tan
ordenados los ordenados.
Alvaro Ledesma (2014)